20 de enero, el santo de mi abuelo
En un tiempo difuso veo con total claridad a mi abuelo preparándose el desayuno, el mismo cada día: un tazón de leche con azúcar, que migaba con el trozo de pan más duro que encontraba en la panera. Lo cortaba a pequeñas y finas rebanadas con su navaja, que era tan delgada y afilada como una hoja de afeitar. La leche la calentaba en la hornilla de gas, con el fuego justo para no quemar los bordes del cacito.
Cada día daba cuerda a su reloj de pulsera.
Cada día daba cuerda a su reloj de pulsera.