22 de febrero de 2018





No sé si ha sido el cumpleaños, mi abuelo o los gorriones (o todo unido) lo que me ha hecho recordar algo que escribí hace  5 años.




Las flores son un misterio profundo como el bosque



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En el recorrido diario por aquella casa pequeña, en la que la vida transcurría de igual modo en la sala que en los patios, tu mirada se encontraba con aquel gran cuadro donde dos niños rubios de ojos claros, de caritas gordezuelas y sonrosadas jugaban en cualquier jardín. 
Vestidos con la ropa de los domingos, o al menos eso te parecía a ti.
El ángel de la guarda, tras ellos,  invisible a sus ojos, les protegía.

Quizás fuese la forma de contarle entonces  a los niños, morenos y de ojos oscuros, sin pelo ensortijado, que los ángeles existían.

Cuando eras una niña con ojos de búho -por lo menos- (es un piropo que él te dijo una vez) tu abuelo te contó,  que siendo él un chavea, curaba a los gorriones. Sanados volaban  y él los veía alejarse contento.

Un siglo después viviste una época de oscuridad...

Abre la puerta niña que el día va a comenzar
se marchan todos los sueños
qué pena da despertar 
(Triana)

...dejaste de creer en los ángeles.

El hielo se rompe, agua cristalina.
La niebla se disipa.
Te gusta contemplar el espectáculo lento del flotar de la niebla, todo va apareciendo de forma suave, en una especie de acomodo a los sentidos, de transición, de despertar en algo parecido a un ronroneo, quizás son los gorriones, o los abejarucos, anunciando un nuevo día. 


...el señor Silvino, el señor Florindo y el señor Jardim murieron, se construyeron edificios en el lugar de las casas, pero sospecho que por debajo de esas construcciones de cinco y seis y siete y ocho y nueve pisos, en un sitio cualquiera bajo marquesinas y sucursales de banco, el señor Paulo aún cura, con cuerdas y cañas, las alas de los gorriones...
(António Lobo Antunes)

Y ahora sabes que existen las cartas sin palabras, algunas tienen una flor, otras una música, otras son una preciosa amalgama de colores. Otras son un gesto de cui(da)do.

Y ahora sabes que los ángeles de la guarda existen. Y tu abuelo, como el señor Paulo, sigue curando a los gorriones.