22 de julio de 2016






(Primero cesaba tu voz y luego el crujir de las hojas)

Cuando la noche es ya una certeza indiscutible (noche noche) me desvisto de unas ropas necesarias para la farsa, que en mí ya no surten efecto, para adentrarme en un bosque de abedules. Mis pies desnudos caminan por maderas grises, suaves como algunos tramos de corteza de árbol. Si alargo la mano acaricio las plumas incapaces de volar de pajarillos verdes, encerrados en la jaula de madera que conservo desde que era una niña descalza en una calle de tierra pero que se llama Río.  Me rodean otras plumas protectoras, que en otro tiempo volaron a veces alto, a veces bajo, siempre lejos. Piedras lisas y rugosas, con arterias que los años dejaron expuestas.
Desnuda en la intemperie desde esta lucidez que no quise, la misma que un día, bajo la luciérnaga-mirada de los cuervos de Fukase (oscuros en lo oscuro),  me dictó las palabras...siempre serás un desconocido.





Bosques, etc.

El paso, que es un medio tan constante
y deambula en tramos cortos por la mente,
ignorado, pues no deja de percutir,
barriendo los hilvanes del sonido...

recuerdo que una vez me adentré en bosques
crecientes, mi atención era una herida cada vez mayor,
primero cesaba tu voz y luego el crujir de las hojas.
el último fulgor de la lluvia dormido en la tierra;

que mis pies se sincronizaron con la imaginaria
posición cambiante del sol, confiando en que de pronto
ascendería de las partes dispersas de mi cuerpo
hasta mis ojos, hasta sus ábsides vueltos hacia lo alto.

Ningún claro en aquella calma, ningún cambio.
En mi garganta la pequeña línea de mercurio
que regula mi habla empezó a caer
muy rápido por mi columna interminable.